viernes, 2 de junio de 2017

Mis 300 Mil Pasos a Talpa

Mis 300 Mil
Pasos a Talpa

Segunda Parte de la Crónica de la Peregrinación Anual de la Parroquia de El Pitillal al Santuario de la Virgen del Rosario

Por Rodrigo Aguilera Morales

Escribo, con varias semanas de retraso, esta continuación de mi texto en  referencia a la Peregrinación (mi primera, pero la número 18) que la comunidad de la Parroquia de El Pitillal realiza año con año a Talpa, capital del turismo religioso en la región.
Escribo también cuando al fin se me está naciendo de nuevo una uña que perdí por el desgaste de los pasos, uno tras otro que tienen que darse para ganar el título de peregrino, desde el inicio del camino hasta la meta.
Las ampollas ya sanadas y la piel de los pies y las manos (las lesiones de los pies por obviedad y las de las manos por sostener el bastón o la "burra") y el haber dejado que se asiente el polvo de la caminata en los recuerdos, también, junto con la conminación de la Señora Catalina Colín y Paola Andrea a que así como terminé el recorrido termine el relato son alicientes para dar las últimas zancadas ante el teclado y entregar este texto.
Regreso a aquella tarde de abril en la que se llegó por fin el día, la noche para ser específicos, de iniciar el camino hacia Talpa de Allende. La salida se pactó a las 22:00 horas tras recibir la bendición del sacerdote Agustín Ibarría en el Paso Ancho. Y de ahí es iniciar la labor de constancia y voluntad que significa dar, uno tras otro, los pasos que cumplan el compromiso de acudir a visitar a la Patrona de la Sierra.

Antes de iniciar el recorrido quiero puntualizar algo: Todas las recomendaciones de las y los peregrinos expertos sirven y hay que tenerlas en cuenta. Obedecerlas y tratar de no inventar. De las más importantes: Empacar lo indispensable, son tres días en los que hay que bastarse a sí mismo sin el apoyo que significan las comodidades que nos han ido ablandando como especie.
El calzado debe ser cómodo, el más cómodo posible, punto. Hay quien peregrina descalzo, hay quien lleva botas de alpinismo pero la mayoría (y quienes han caminado muchas veces hasta el Santuario) usa tenis, así que, hay que escoger el par que más cómodo sea y con ese enfrentar la ruta.
No hay que estrenar nada en un recorrido como ese. La ropa debe ser la que más ventajas ofrezca, toda ya utilizada y que no provoque molestias o incomodidades.
Si se tiene la piel sensible al sol hay que prever el uso del bloqueador o un buen sombrero. Y para las noches y las madrugadas tener en cuenta que en abril, en la sierra de la región hace frío, frío de verdad (la variación de temperatura ronda los 20 grados entre los momentos de mayor calor y los de  y para dormir caliente.
No cargar cosas innecesarias, como, por ejemplo dos o tres kilos de naranjas, porque además de hacerte sufrir te harán blanco de "bullying", burlas y anécdotas inacabables en las que el protagonista es ridiculizado.
En fin, ya que se aproxime la próxima caminata haré un recuento de "tips" de las y los expertos.
Regreso al relato de la peregrinación que inicié, como todos los viajes, con cierto temor a lo desconocido caminar de noche por la sierra mientras se va dejando atrás las zonas pobladas y se adentra el caminante en la oscuridad por lo que hay que dominar ese instante en que te cuestionas "¿Qué hago aquí si podría estar en mi casa viendo Netflix?".
Dados los primeros pasos tras salir de la zona urbana de Vallarta se encienden las linternas y se llega el tiempo para disfrutar y maravillarse de lo grande que es el municipio en el que vivimos. Son hectáreas, miles de territorio serrano por el que el camino es una pequeña cicatriz en la sierra que le da a nuestro Puerto el marco que lo embellece más.
Pero tras los primeros miles de pasos descubrió que cometí un error en el calzado por no conocer el terreno que se debe andar. Llevé botas de excursión, impermeables, reforzadas con casquillo, altas hasta el tobillo con una suela que daba excelente tracción incluso en zonas en el que el camino está tapizado con agujas de conífera. Gran calzado, mexicano además, pero... la mayor parte de la ruta no es campo traviesa, es siguiendo carretera de terracería.
Así que mis botas me sacaron unas ampollas de concurso desde la primera noche. Pero eso ayudó también. Ayudó al propósito del viaje. De la primera noche en adelante cada paso, con el dolor de las ampollas implícito era un recordatorio de que el recorrido, el concepto de peregrinar, fue pensado por quienes lo iniciaron, como un sacrificio.
Torear el dolor me dio tiempo de pensar en los recorridos de ese tipo que se hacen en México (a la Villa de Guadalupe, Zapopan, Chalma) y los extranjeros (Santiago de Compostela, La Meca) y pensé también que no cambiaría mucho esos recorridos por lo que vivía. La naturaleza de esta región (a pesar de ser temporada de secas) es en verdad un espectáculo.

El camino se disfruta, mucho, se aprecia fauna (venados, ardillas, huellas de felinos, zorrillos, infinidad de aves), flora (orquídeas, pinos, parotas, agaves, nopales, flores) orografía, (cañadas, arroyos, ríos, barrancas, pasos, montañas) cielos que quitan el aliento al atardecer y nos recuerdan nuestra pequeñez al mostrarse firmamentos con, literalmente, todas las estrellas de la carta astral.
Dije que la mayor parte del recorrido es  siguiendo una carretera, pero se camina por todos lados. Se suben cerros por senderos que no se ven a simple vista, se toman atajos, se vive el riesgo de equivocar la ruta, se cruzan ríos y arroyos (en los que es una delicia bañarse) se aprecian formaciones  rocosas increíbles (como una en la que hay piedras de decenas de toneladas formando dólmenes naturales en el cauce de un arroyo bajando el cerro del Cabro) se camina y se disfruta todo lo que esta parte de nuestra república ofrece.
El tener vehículos de asistencia (el de la expedición de SIEMPRE LIBRES, el mejor, capitaneado por los Lupes) hacen que sea mayor aún la tentación de dejar de caminar. Más de una vez pensé en subirme a la camioneta, y dormir, descansar del sol implacable, del polvo, del reflejo del sol en la tierra tono de carne humana del camino, siquiera dejar mi mochila ¿Para qué cargarla si va una camioneta con el equipaje de todxs? Pero esa tortura personal le da sentido al camino. Ese sufrir las ampollas y el desafiar la tentación de irse por el lado cómodo mistifica el camino. Eleva. Mejora a quien lo hace. La mente sobre la materia. Desafiar la pereza.
Pero el camino no se sufre, se disfruta. Decía hay paisajes que únicamente viviéndolos, cielos estrellados más allá de la imaginación (escribía que yo, por ejemplo, jamás había visto la Vía Láctea) y se disfruta enormemente la camaradería y compañía en los descansos pactados, en las comidas compartidas, en los preparativos para cerrar e iniciar cada jornada.
¿Qué es lo que más se enfrenta como peregrinx? No es el cansancio, tampoco el dolor, menos el clima. Se enfrenta la Soledad. Por más platicador o platicadora que sea con quien uno comparta la peregrinación hay momentos de silencio largo, muy largo. El que tampoco haya señal de telefonía celular (menos datos) ayuda a ensimismarse y,  enfrentarse, a entender que el diálogo más importante que puede tenerse es con uno mismx.
Al paregrinar se valora de nuevo el significado del amanecer y el atardecer, del poder disfrutar de un café caliente en una madrugada helada, del acostarse a dormir después de una jornada de 30 kilómetros a 30 grados o escalando serranía a 45 grados sobre agujas de pino.
Sin duda, como puede leerse, es una experiencia que recomiendo vivir. Es algo que debe hacerse una vez en la vida. (Me hace pensar en ese mandamiento musulmán de ir a La Meca por lo menos una vez) peregrina debe ser una de las cosas que debemos hacer antes de morir.
Y así, entre reflexiones como las que ya he compartido, y con los significados personales que tiene el recorrido, es como logré, con la motivación de estar acompañado por la gente que quiero, dar uno a uno los 300 mil pasos de los 100 kilómetros de Vallarta a Talpa. Sin duda, lo volveré a hacer cuantas veces pueda. (Nota: Peregriné sin "manda" por el puro placer de conocer una experiencia en la que me antecedieron personas de la talla de los fundadores de esta Casa, doña Catalia Colín y Héctor García Lugo).

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